Qué más

Últimamente mis receptores auditivos rechazan la música que inevitablemente relaciono con lo triste. Amanece, abro los ojos y observo, con apático desaliento, el irremediable desorden de mi habitación. Siempre admiraban mi obsesión por la organización, pero desde hace algunos meses soy incapaz de regenerar el orden. He sumido mi existencia en el caos y aún no he recuperado el mínimo estatismo necesario. Creo que lo he perdido para siempre. De hecho, creo que nunca lo he tenido. Al menos antes confiaba en poder aferrarme al equilibrio del mundo para girar con él, pero ahora me doy cuenta de la imposibilidad del asunto. Si únicamente se tratara de caerse y volver a levantarse, probablemente todo iría bien. El problema es que tropezar y caer de bruces no es lo peor que puede suceder. El bucle nos atrapa y nos rendimos, al menos yo. La depresión cosmopolita, primer mundista y capitalista está acabando con mi espíritu. 
Retrátame fumando antes de que llegue la pólvora a mis manos. Después dame un revólver y podremos olvidarlo todo.