Reiniciando

Dicen que el final de todo siempre es el comienzo de algo. Quizá tengan razón. Dicen que hay muchos peces en el mar, y tal vez sea cierto. También hablan del término medio, pero ahí discrepo.
El sol brilla tanto o más qué ayer y la música fluye cristalina y desgarradora como el deshielo de las cumbres montañosas en verano. Puedo sentir cómo se me arranca la piel con el paso de los días. De algún inexplicable modo resulta reconfortante. Me nutro de la avalancha y del frío asolando mi cuerpo. En el momento menos pensado todo se ha vuelto blanco y no he sabido remediarlo. Probablemente tampoco haya tenido intención de hacerlo. Con tu ausencia mi cerebro se limita a existir en la inconciencia, pero ya no me molesta. El desmoronamiento de la nieve sobre mi cabeza angustia de manera inevitable mi corazón, pero aún puedo sostenerme. Ahora puedo fundirme con la arena nívea mientras sigo a la deriva por el mar. Me derrito al primer contacto con el agua y me dejo llevar.
El horizonte es inmenso. Los árboles alzan sus brazos desnudos al cielo implorando clemencia mientras camino descalza por las calles inundadas de lágrimas y desconsuelo. Las nubes transforman el mundo en un lugar inevitablemente blanco e inmaculado mientras mi humo gris se filtra por sus poros y contamina el Universo.


Yann Tiersen, La valse des vieux