Mugre

El universo se tambalea. La atmósfera se deshace, la venta de móviles desciende, la tele habla, la radio habla, los periódicos hablan, la gente no se calla, el calor aumenta, las horas puntas vuelven al metro y los niños llorando se reproducen como jodidas cucarachas a intempestivas horas de la mañana, del mediodía y de toda la franja horaria que sigue ocupando la tarde mientras dura el verano. Cada paso que doy es en falso. Peldaño roto y escalera abajo. Y ya no hay más que humo y sangre, lo espeso del vaho y el agua. Lo podrido de las entrañas, de los cerebros, de los ticks nerviosos, del insomnio, de las palabras muertas y el puto tiempo perdido. No hay más que mosquitos que persisten y aire contaminado para respirar. Porque a la sombra de la luz siguen quedando las mismas cicatrices, los mismos silencios y la misma desesperación que siempre. Saltar por la ventana no es una salida, es una solución. Solución a los no-problemas. Cuando no hay conciencia. Ni pensamientos coherentes, ni emociones saludables, ni saliva espesa, ni tormentas, ni musas iluminadoras, ni carencias básicas, ni excesos vitales, ni grandes obras al óleo sobre lienzo. Ni nada. No hay absolutamente nada.