Oldblack

Surgió de repente la desolación en mi cabeza. Me di cuenta de que la realidad del dolor había desaparecido hacía demasiado tiempo. Me di cuenta de que sufrir se había vuelto insulso. De que el horror no simbolizaba nada. De que no padecía, ni sentía, ni sangraba. Incluso había dejado de arañarte. Supe que en el fondo lo que seguía infecto era mi cuerpo. Fútil, yermo, inerte. Arrasado por el veneno de siempre. Todo desaparecería y el fin del mundo para mí seguiría siendo el mismo. Pensaba que lo único que podía hacer tras caer continuamente era arrastrarme. Y supongo que al final tanto las palabras como las personas no son ni significan nada. Que las conclusiones no son más que impertinencias. Que los sentidos desaparecen y los horizontes se vuelven vapor o abismos. Que la piel se aja, la carne se ablanda, los huesos se roen y el alma se desdobla. Las ideas se pierden. Y la genialidad y las maravillas también se desvanecen. Uno se queda irremediablemente hueco y mientras no deja de llover. El otoño llega y destapa sin pudor viejas heridas. Tiñe los días, las horas, el agotamiento. Y quizá después de más de 65 palabras puede que el amor deje de tener importancia. Puede que el cerebro se pudra y que las presencias aniquilen más que las ausencias. Que disminuya la fuerza en la misma proporción que la distancia. Que el humo huya lento, suave, desde mi boca hasta las corrientes circulares que se expanden al otro lado de la ventana. Cuando perderse se transforma en parte de la rutina, como aglutinarse y odiarse.



 Loma Prieta, Exit here