Phoenix in flames

A veces creía que me estaba equivocando. "Creía" como sinónimo del tiempo indicativo presente del yo, el "creo", con el peso lapidario de cualquier yunke o piano cayendo sobre cualquier cráneo de cualquier humano. A veces perder el sentido era la única salvación para la conservación del mismo. En ocasiones nuevos vecinos aparecen, con sus aspiradoras a media noche y arena en las escaleras durante todo el día mientras el mundo gira y sigue. E intento huir entre las sábanas para perderme y no dejar de dar vueltas para así nunca dejar de no estar en ningún lado y estar en todas partes al mismo tiempo y en ningún momento. Intentar seguir el ritmo de la Tierra, girando sin sentido y sin parar. Romper las poesías y reírme cuando esconcho la pared con los nudillos y sangro o la araño con las uñas y me las arranco o muerdo la almohada por la imposibilidad de hacerme a bocados con sus pedazos de yeso, masticarlos, tragarlos y morirme. Poco romántico, en realidad. Mi almohada ni siquiera tiene plumas y tú dejarás de estar y yo dejaré de respirar y todo volverá a ser lo de antes. Lo mismo, lo mismo de siempre. "Siempre" como un sí prolongado y constante. Quizá intermitente, pero de algún modo inacabable. Imperecedero. Perenne. Algo que nosotros nunca seremos. Algo que los amaneceres tempranos de luz dorada y tenue entre persianas con algún que otro café, por el contrario, sí son. Y serán, por desgracia para tu colchón y todo nuestro amor desbocado. Tal vez sólo sea que en las noches de tormenta todo suena mejor. Tú me susurras y te enredas en mi pelo mientras yo me envuelvo en el edredón. Y si se llora, nada moja más que la distancia. Pero la mala suerte me sonríe con todos sus dientes relucientes. Deslumbrándome. Incendiándome. Nunca imaginé un verano tan largo.



Mugre

El universo se tambalea. La atmósfera se deshace, la venta de móviles desciende, la tele habla, la radio habla, los periódicos hablan, la gente no se calla, el calor aumenta, las horas puntas vuelven al metro y los niños llorando se reproducen como jodidas cucarachas a intempestivas horas de la mañana, del mediodía y de toda la franja horaria que sigue ocupando la tarde mientras dura el verano. Cada paso que doy es en falso. Peldaño roto y escalera abajo. Y ya no hay más que humo y sangre, lo espeso del vaho y el agua. Lo podrido de las entrañas, de los cerebros, de los ticks nerviosos, del insomnio, de las palabras muertas y el puto tiempo perdido. No hay más que mosquitos que persisten y aire contaminado para respirar. Porque a la sombra de la luz siguen quedando las mismas cicatrices, los mismos silencios y la misma desesperación que siempre. Saltar por la ventana no es una salida, es una solución. Solución a los no-problemas. Cuando no hay conciencia. Ni pensamientos coherentes, ni emociones saludables, ni saliva espesa, ni tormentas, ni musas iluminadoras, ni carencias básicas, ni excesos vitales, ni grandes obras al óleo sobre lienzo. Ni nada. No hay absolutamente nada.

Marchas forzadas

Recordar se había convertido en parte de la rutina. El humo invadía la habitación como la decadencia invadía mi organismo y la muerte se hacía con mi cabeza. A veces tenía esa vieja sensación de que se había perdido todo el sentido de todo. A veces pensaba que nada significaba nada. Que las palabras no importaban y que, por mucho que corriera sin mirar atrás, hasta quedarme sin aliento, no podría olvidar. Te había contado eternas historias sobre sentarse en la orilla del mar y fumar sin parar. Historias de silencios infinitos y sangre. De heridas abiertas y canciones interminables. Historias de sentarse en la arena y sentir el viento romperse al tocar tu cuerpo mientras el horizonte se deshace y cae, pedazo a pedazo. Como la calma frente a la tempestad, y su aire viciado entre paredes y gritos. Perdíamos la batalla. La piel se agrietaba, las venas se quebraban, los órganos mordidos explotaban. Imaginaba salir flotando de aquel quinto piso falso y muerto, equipaje en la cabeza, sin nada que buscar, ni nada que perder.


Nacho Vegas, Seronda

Áspero

No había vuelta atrás.
El sentido de las agujas del reloj era firme e inquebrantable. El tiempo transcurría insípido, lento, y el recuerdo de tus cenizas polinizaba con decisión mis pesadillas.
Noche tras noche.
La ansiedad se quebraba con la sangre y tú ya no volverías. Y yo ya no dejaría de echarte de menos.


Sun O))), Death Becomes You